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sábado, 2 de marzo de 2019

Androcentrismo: Influencia del castellano en la concepción sexista de la realidad


El lenguaje sexista ha ayudado durante siglos a establecer unas relaciones injustas entre los sexos. En castellano existen una serie de mecanismos verbales mediante los que la discriminación sexual, directa o indirectamente, se recrea, reproduce y mantiene; y ello es así porque tales mecanismos operan reflejando, construyendo, perpetuando y naturalizando el sexismo y el androcentrismo. Algunos de estos fenómenos léxicos y estructurales que en el uso “normal” de la lengua castellana actúan contra la mujer (y que todas y todos hemos aprendido a reproducir) son:

a) Asociaciones verbales que superponen a la idea de mujer otras ideas como debilidad, pasividad, labores domésticas, histeria, infantilismo, etc. y que suponen una minoración de las mujeres. Por ejemplo:

- La asimilación de mujeres a sexo débil;
- Construcciones “corrientes” donde las mujeres aparecen siempre de forma pasiva: novios que llevan al cine a sus novias; maridos que sacan a cenar a sus esposas, etc.;
- La aparición reiterada de la expresión las mujeres y los niños, que logra asimilar ambas categorías. No hay ni una voz en castellano que diga los varones y las criaturas, ni los hombres y los niños. Asimismo, adjetivos como precioso y mono o calificativos como diablillo o criatura se aplican a mujeres y a la infancia, pero nunca a varones. Esto supone una minorización para las mujeres.

b) Mención de las mujeres únicamente en su condición de madres, esposas, etc., es decir, en función de los y las demás con quienes se relaciona; así como tratamientos de cortesía para mujer que recuerdan su dependencia del varón. (señora, señorita), frente al tratamiento de señor para hombres, independientemente de su estado civil. Este fenómeno pone de manifiesto lingüísticamente la creencia de que las mujeres no tienen personalidad por si mismas, sino que su posición e incluso su mera existencia les vienen dadas por su situación relativa con respecto a las demás personas, atribuyéndoles un destino de mera relación, sin considerarlas en sí, por sí, o para sí, sino en las otras personas, por las otras y para las otras.

c) La existencia de un orden jerárquico al nombrar a mujeres y hombres, ordenamiento que refleja y reproduce la jerarquía social: padre y madre (como en el DNI), nunca al revés, hombres y mujeres, hermanos y hermanas, etc.

d) La ausencia de nombres para denominar profesiones en femenino, especialmente las más prestigiosas (El diccionario de la Real Academia en 1992 continuaba negándose a reconocer la forma femenina de dramaturgo o rector, por ejemplo). Pero, como afirma Eulàlia Lledó, la lengua tiene un valor simbólico enorme. Lo que no se nombra, o no existe, o se le está dando carácter de excepción. por tanto denominar en masculino a una mujer que practica una profesión o cargo tiene cuatro consecuencias:

- invisibiliza a las mujeres que lo ocupa;

- presenta su caso como una excepción que demuestra, no que las demás mujeres podrían, sino que ni podrían ni deberían;

-marca con una dificultad más el acceso a algunos cargos (alegando una pretendida resistencia de la lengua a crear el femenino o postulando que es una incorrección lingüística);

- reserva el masculino para actividades prestigiadas.

e) La falta de simetría al denominar a mujeres y hombres: el nombre de pila, o el nombre seguido del apellido se suele utilizar para referirse a para las mujeres; el apellido para hombres, quienes ya desde el colegio son González o Camacho.

Garzón- Teresa Palacios
Berlanga -Pilar Miró
Becquer- Rosalía de Castro
(José) Carreras -Montserrat Caballé (nunca El Carreras)/ La Caballé
Ibarretxe, Arzallus - Rosa Díez
Madrazo, Imaz, Intxaurraga – Anjeles Iztueta, Miren Azkarate

Como consecuencia, una frase como: Salieron en TV Díez y sus dos hermanos tiende a conjurar una imagen en nuestra mente de tres varones, cuando Díez puede ser Rosa Díez y sus dos “hermanos”, un varón y una mujer.

f) La ocultación de la mujer en el lenguaje por el empleo reiterado de voces masculinas en sentido genérico (los castellanos, los vascos, los profesionales...), y, como consecuencia, la identificación de lo masculino con la humanidad. Tal ocultación tiene unas implicaciones importantes en el desarrollo de la identidad personal y social.

Los fenómenos a, b y c son sexistas porque gracias a ellos las mujeres aparecen en el discurso de forma sesgada, parcial y discriminatoria. Los d, e y f son eminentemente androcéntricos porque ocultan la presencia femenina o la subordinan a la masculina. como detectar el androcentrismo es más arduo que detectar el sexismo.

MERCEDES BENGOECHEA
Universidad de Alcalá
Miembro de NOMBRA, Comisión asesora sobre lenguaje del Instituto de
la Mujer

http://www.upm.es/sfs/Rectorado/Gerencia/Igualdad/Lenguaje/sexsismo%20y%20androcentrismo%20en%20texto%20administrativos.pdf

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