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domingo, 1 de octubre de 2017

Aculturación feminista, por Marcela Lagarde 3/4


El capital simbólico, humano, específico de las feministas es el feminismo.

  Resistencias clasistas. El clasismo es parte de la conciencia moderna del orden social. Al convertirse en una ideología que permea la percepción social, totaliza la condición de clase como absoluta y prioritaria, y al naturalizar la condición de género de las mujeres, la anula y no cuenta en el análisis de las relaciones de poder. Entre el clasismo y el naturalismo de género, mujeres con conciencia de clase participan a favor de todos, menos de ellas y de su género. La ceguera política de género o la creencia en que la violencia es un asunto fuera de lo político, la inconsciencia sobre la discriminación, o la creencia que si se tienen derechos, recursos o poderes no se vive opresión, confluyen con el clasismo y optan por los pobres, los desaparecidos, los niños de la calle, los trabajadores, y no por las mujeres.
Hay feministas que optan por las pobres, las marginadas, las campesinas, las prostitutas y no por las ricas, las que sí tienen trabajo, las ilustradas, las teólogas. Se aplica el análisis de clase y no el de género a la situación vital de las mujeres. Se combina el clasismo con todo tipo de sectarismos ideológicos y políticos para decidir quiénes son las elegidas de la causa. El logro patriarcal consiste en alejar a cada mujer de sí misma y de las mujeres más próximas o con quienes tiene más semejanzas. Al luchar y participar por las otras, cada mujer se resiste a hacerlo para sí misma y para las próximas, y se mantiene intocada por el feminismo en su autoidentidad. A pesar de ello, aun a través de ideologías que niegan la impronta de género, las mujeres van desarrollando conciencia de semejanza y conciencia de sí mismas. En procesos políticos y en experiencias personales de anulación de lo específicamente femenino, se ha gestado el deseo y la necesidad del yo y se ha politizado. Ha surgido la mismidad como una dimensión formidable de la aculturación feminista. El contacto con textos, experiencias, organizaciones, movimientos o con mujeres feministas, permite a muchas irse colocando como centro y sentido de su vida tras procesos de resignificación de su pasado, de sus expectativas y de su presente. La mismidad es una de las dimensiones del capital simbólico del feminismo.
  Resistencias misóginas. Identificarse con el feminismo y con las feministas conlleva una transgresión: incumplir la norma de buen comportamiento en la república patriarcal, que exige a las buenas mujeres hacer muestra pública y privada de su desvalorización de lo femenino, y su repudio (hostilidad, rivalidad, desconfianza) a las mujeres, sus acciones y sus creaciones. Norma moral patriarcal que exige sólo aceptar a quienes cumplen con el (mi) orden. Esta tendencia se combina y potencia con todos los sexismos de género (lesbofobia, célibefobia, juvenilismo, esteticismo) y con los nacionalismos, clasismos y exclusivismos religiosos o políticos. Cualquiera identidad particular se perfila como obstáculo infranqueable para la identificación positiva. Entre las feministas este mal reúne la sofisticación de todas las resistencias. La paradoja clave de las feministas está en la misoginia. Sólo ahora ha sido posible para las feministas mirarla de frente y construir la autoestima de género de cada mujer y crear la autoridad para sí misma.
En el proceso de aculturación feminista, algunas feministas que se esfuerzan por construir los derechos y la autoridad de las mujeres en la sociedad, no reconocen ni los derechos, ni la autoridad de otras mujeres. Los experimentan de acuerdo con la mecánica patriarcal: los derechos de una mujer quitan algo a otra mujer o se apoyan en su falta de derechos. La autoridad es vivida como autoritarismo o discriminación por superioridad y, como se carece de experiencia de autoridad no autoritaria, la autoridad de las mujeres produce disminución en quien así se posiciona. Si algunas mujeres destacan o son reconocidas, eclipsan a las otras. En cambio, cuando se avanza en la aculturación feminista la autoridad de unas se traslada a las otras, unas pueden sentirse orgullosas de los logros de otras, hacerlos suyos y elevar la autoestima y conseguir la estima social de las mujeres. El reconocimiento mutuo entre feministas incide en la autoridad pública y la valoración de la causa de las mujeres, disminuye y anula ataques misóginos y además permite interlocuciones amplias con otros grupos y organizaciones. La autoridad se convierte así en estímulo personal y colectivo y agrega valor simbólico y político a las acciones de las feministas.
La autoridad es una clave de la aculturación feminista. Como atributo de autoidentidad es la expresión de valores, recursos, capacidades y habilidades específicos. Reconocer la autoridad significa un esfuerzo de compensación frente a lo que desvaloriza, significa poseer autonomía de juicio y fórmulas de ponderación propias. Sólo así puede aceptarse la autoridad propia y de otras, funcionar activamente en la construcción del poder propio y el de las otras, permite incrementar el poder de género de todas: la autoridad de género. Reconocerse en mujeres con autoridad conduce a la autoafirmación y al fortalecimiento de género de las mujeres y les permite empoderarse (cargarse de poderes de afirmación). En este paso, la autoridad sirve como protección, defensa y poder positivo a las mujeres para enfrentar el mundo, ocupar espacios, tomar la palabra, establecer condiciones, negociar, acceder a recursos y oportunidades. Autorizar a las mujeres es uno de los logros concretos en la aculturación feminista.

Discontinuidad en la transmisión y la comunicación feministas
El feminismo no cuenta con suficientes canales institucionales para su transmisión. Está en esos espacios de prestado, marginalmente o tolerado, no tienemediosdecomunicación poderosos para educar. Por el contrario, se difunde, se desarrolla construye alternativas en una profunda confrontación político-cultural y en la política de ocupación y apertura de espacios y posiciones, deambula y circula o sobrevive en instituciones académicas, políticas, religiosas, gubernamentales hegemónicamente patriarcales. Esta cultura empieza a crear espacios pedagógicos reducidos y marginales, pero potenciados en las redes feministas. Sin embargo, las feministas todavía no han estado en condiciones de crear sus propias instituciones educativas, formativas, de comunicación. Muchos de los espacios que utilizan fueron creados en poderosos movimientos culturales que requirieron espacios pedagógicos e ideológicos.
Las feministas avanzan en las instituciones, ocupan espacios, los resignifican y desde ahí renombran el mundo. Con altibajos, son toleradas y hay quienes creen que aplicar el enfoque de género consiste en usar un lenguaje supuestamente no sexista (compañeras y compañeros, ciudadanas y ciudadanos), la arroba en la escritura, o no hacer comentarios misóginos delante de feministas. Nada apoya a las feministas ni a sus acciones, ni siquiera el lenguaje. El feminismo se abre camino en un altisonante y omnipresente imaginario que exalta el orden moderno patriarcal, sus valores y estereotipos. Los espacios abiertos a la enseñanza del feminismo han sido parte de la construcción real de alternativas y de la aculturación feminista con enorme desventaja. Los esfuerzos, los cursos, diplomados, seminarios, talleres, círculos de lectura, los movimientos públicos y visibles, las acciones políticas exitosas y los logros jurídicos y políticos, resultan insuficientes para difundir el bagaje cultural del feminismo, en un ambiente cultural saturado simbólicamente de patriarcalismo.
Cada segundo, los medios de comunicación, la mayoría de las escuelas y de las iglesias, y desde luego las familias, difunden los valores, las interpretaciones y el sentido de la vida patriarcal. Cada hecho refuerza lo aprendido. Millones de mujeres son actualizadas de manera permanente en creencias y visiones misóginas y machistas. La pedagogía patriarcal no sólo se concreta en consensos parciales pero funcionales, sino que impacta las identidades genéricas, la autoconciencia y la visión de la vida de las mujeres.
Las feministas sabemos que los logros históricos nos llegan con enormes pérdidas culturales. No hay un piso mínimo de valores de igualdad del cual partir. Siempre es preciso volver a empezar, siempre algo se rompe en la transmisión entre las mujeres. La mayoría no ha tenido contacto, no ha oído o leído o no se ha interesado. Y esto no sucede sólo con las nacidas hace décadas; mujeres jóvenes tienen creencias tan arcaicas como si no fueran ni jóvenes ni modernas.
En breve tiempo las niñas han incorporado la cultura que las definirá como el niño, las volverá invisibles y sólo las aceptará sumisas, educadas, estudiosas, obedientes, trabajadoras, buenas y bellas. Ellas son las más inaccesibles: atrapadas entre la familia, la escuela, la iglesia y la televisión concatenadas, y sin contactos posibles con la cultura feminista que circula por otros caminos. A menos que en esos espacios estén en contacto con feministas, los cuales en todo caso se dan en minoría.
El feminismo siempre es tardío. Todavía no es lengua materna, ni cultura básica escolar, ni pensamiento universitario formativo. Cada una debe hacer su experiencia personal a contracorriente y tras haber vivido un trecho largo de vida y experiencias patriarcales marcadoras.
La situación política de la cultura feminista obliga a su descubrimiento tras vencer prejuicios y resistencias. Luego viene el arduo camino de la reeducación crítica marcado por crisis identitarias. Si no fuera por los placeres de la mismidad, la sororidad y la solidaridad, y por el goce de intervenir en la propia vida y en el mundo positivamente -que se generan en la experiencia feminista- nadie persistiría.
La cultura feminista beneficia a las mujeres y a los hombres. Lo hace como contención de oprobios, remedio a males y daños, reparación a estados lamentables, como redefinición de caminos individuales y colectivos. Por ello exige de cada quien una doble disposición de vida: vivir lo posible en sintonía y desplegar un esfuerzo agregado por ser compatibles sólo con fragmentos de discursos y procesos, de personas y hechos contradictorios, por convivir con quienes reivindican todo, pero el feminismo...
Cada mujer precisa de su ingenio y su amor para tejer la urdimbre inexistente. Se trata de una revolución amorosa porque las mujeres como género hemos sido construidas, según Franca Basaglia, como ser para otros5 y el amor a los otros ha sido una vía de expropiación del yo misma a las mujeres. Por ello, el amor redefinido desde la ética feminista es clave en el trastocamiento del orden simbólico, al legitimar la prioridad del amor a mí misma6 como fundante de la mismidad y como hito en la redefinición de las relaciones con los otros. La única trama posible en el telar feminista es la propia vida que emana del amor de cada mujer a sí misma, el amor a las otras y los otros como seres equivalentes, semejantes y diferentes, y de la pasión por vivir en correspondencia con un mundo que realice los valores feministas.
El deseo feminista es amoroso y es epistemofílico, no sólo es el deseo de ver y aprehender, es la pasión por saber y descubrir, por interpretar el mundo y descifrar para crear, inventar y mostrar en la cotidianidad que es posible. Está también el hondo deseo por suturar la profunda escisión genérica interna de cada una y el deseo de aliviar la enajenación con los hombres y con el mundo. El deseo feminista de sintonizar con un mundo que nos coloca en la periferia, nos trata como extranjeras non gratas o nos reconoce sólo si lo complacemos cosificadas y enmudecidas, trabajadoras y bien portadas. Peor aún cuando se idealiza lo femenino, pero no a las mujeres o se roba el feminismo sin siquiera dialogar con las feministas.
El deseo de sintonía ha hecho que muchas mujeres no aceptemos el destino patriarcal y decidamos transformar el mundo cada día para lograr que mujeres y hombres convivamos como equivalentes, que cada quien logre su desarrollo con la convocatoria y el sustento de los otros y en el que pueda prodigarse la pluralidad.
La transmisión de la cultura feminista implica múltiples retos en dimensiones convergentes y divergentes. Después de tres siglos, cada feminista se inserta en espacios simbólicos particulares no siempre relacionados y no se identifica con lo que otras hacen en otros espacios. Somos semianalfabetas en feminismo a la vez que hemos creado perspectivas complejas. Comenzarnos a ampliar la influencia feminista, a compartir un lenguaje, interpretaciones, conocimientos y dudas, y a delinear propósitos articulados de manera integral: campañas, agendas, plataformas y ritos públicos.
La conciencia feminista avanza de manera fragmentaria para la mayoría de las mujeres y remite a la particularidad. Lejos estamos de transmitirnos las experiencias e identificarnos con fluidez, de apropiarnos de una cultura básica feminista y de hacer nuestra la política feminista.

https://docs.google.com/document/d/1WZB_R3Y29EohT_xCfcRQisMx_XvqJgoAlrCgG7r7GKQ/edit

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