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jueves, 28 de septiembre de 2017

Aculturación feminista, por Marcela Lagarde 1/4


La aculturación feminista es una reflexión antropológica sobre una de las entretelas más importantes de nuestro tiempo: la transmisión de las concepciones, los valores, los conocimientos, las prácticas y la experiencia de las feministas en condiciones de hegemonismo patriarcal.
El intercambio cultural feminista concita la imaginación y está marcado por la pasión del descubrimiento, la invención y la sintonía. Es, a la vez, conflictivo ya que las mujeres participan en minoría, ilegitimadas y desautorizadas en la creación de un paradigma histórico deconstructivo a la vez que alternativo.
La aculturación feminista parte desde las vivencias individuales y colectivas de las mujeres y los hombres comprometidos en ese sentido, y conduce a la construcción de un orden simbólico. Implica fenómenos tan complejos como la resignificación subjetiva personal -intelectual y afectiva- y su implantación en la experiencia vivida, la elaboración teórico-política de la experiencia, la generación de conocimientos, la construcción de representaciones simbólicas, códigos y lenguajes propios, así como los mecanismos pedagógicos, de difusión y comunicación para transmitir descubrimientos y elaboraciones.
La aculturación feminista conlleva la expresión pública de la disidencia y la enunciación afirmativa de las alternativas, la discusión de los supuestos patriarcales filosófico-políticos y prácticos explícitos en la vida diaria y en la confrontación ideológico-política. Su sentido se concreta en acuerdos y pactos para establecer normas de equidad, derechos, políticas públicas y privadas, acceder a recursos y oportunidades, transformar valores, mentalidades y modos de vivir desde la perspectiva feminista de género.
Desde luego, la aculturación feminista dimensiona a cada mujer y a los movimientos, acciones y organizaciones de mujeres y feministas. Y, aunque no lo deseen, las feministas son convertidas en referencias estereotipadas. Con esos ropajes son descifradas sus acciones y omisiones Es evidente que las feministas buscan la creación de sentido, del encuentro y la interlocución. Al hacerlo, producen ligas y relaciones entre las cuales destacan las siguientes:
  El proceso personal de cada mujer, interno y subjetivo en la formación conciencial feminista identitaria y cotidiana.
  La transmisión de los discursos y las alternativas feministas por las mujeres y sus organizaciones hacia la sociedad y sus instituciones, incluyendo otros movimientos, la sociedad civil y la sociedad política, es decir, el Estado, los organismos internacionales, los medios de comunicación. La transmisión personal y mediada de los discursos y las alternativas feministas entre las mujeres: entre sus organizaciones y movimientos específicos.
  La comunicación interactiva entre las feministas en los espacios -cotidianos o excepcionales- mixtos, femeninos y feministas.
  La transmisión de las feministas a los hombres afines o interlocutores.
  La transmisión entre hombres de los discursos y las alternativas feministas.
  La transmisión de la cultura feminista Para la antropología, los procesos culturales no son progresivos ni lineales, suceden con rupturas y avances, son discontinuos, generan intermitencia ¿Cómo se transmiten las concepciones, las experiencias, los conocimientos, las teorías, entre las feministas? ¿Cómo se enseñan unas a otras las maneras, los mecanismos para concretar las alternativas? ¿Qué obstaculiza o favorece las confluencias entre las feministas y entre ellas y sus interlocutores? Son sólo algunas reflexiones sobre la aculturación feminista. Veamos.
Si el feminismo es una cultura y no sólo un movimiento, es un conjunto de procesos históricos enmarcados en la modernidad, abarca varios siglos y se ha desplegado en diversos ámbitos y geografías. Ha sido vivido, defendido y desarrollado por mujeres diversas en cuanto a sus circunstancias y culturas propias. Sus particularidades han sido franqueadas. Algunas han enfrentado mundos conservadores y otras han vivido en sociedades favorables al adelanto de las mujeres. Unas han sido aisladas o perseguidas y otras han experimentado éxito y acogida a sus propuestas.
Mujeres hablantes de decenas de idiomas han dicho, sentido, comprendido y vivido el feminismo y lo han leído en un puñado de idiomas hegemónicos. La diversidad histórico-cultural de las mujeres feministas y de sus feminismos permite comprender la complejidad de su apropiación individual y colectiva.
El feminismo es la creación interactiva, intersubjetiva y dialógica de mujeres excluidas -por principio- del pacto moderno entre los hombres. Mujeres que, debido a las formas patriarcales de organización social, han sido colocadas en la premodernidad y exigidas de una modernidad sólo accesible a jirones para unas cuantas. Por ello, en su asunción utópica de la modernidad, el feminismo es una crítica a su andamiaje androcéntrico y patriarcal, a través de la acción, la experiencia y la subjetividad de las mujeres. Es asimismo la alternativa práctica de vida igualitaria y equitativa de mujeres y hombres.

Implicaciones subjetivas
Asumir el feminismo como pensamiento crítico y acción alternativa, significa para cada mujer comprometerse en varios procesos:
  La propia experiencia, base imprescindible que sustenta la subjetividad feminista (Lagarde, 1998). A partir de ella se produce asombro, no aceptación y rechazo de hechos injustos o dañinos, y se recurre al movimiento para enfrentarlos a la vez que se ponderan derechos, recursos, poderes y experiencias positivas y se busca preservación.
  La participación social que permite el desarrollo de la conciencia al compartir experiencias con otras mujeres y aprender que es posible intervenir en el sentido de las cosas con acciones prácticas concretas.
  La formación en el pensamiento y la política modernos -y por ende ilustrados y el asombro asintónico frente a ese pensamiento y esa política por su androcentrismo.
  La formación en el pensamiento feminista, el aprendizaje y la internalización del sentido de la vida y la ética feministas, y, en lo posible, de los conocimientos, entendimientos y saberes generados en la experiencia feminista.
El feminismo no se reduce a una ruptura epistemológica frente al pensamiento moderno del que surge y se retroalimenta. Implica cambios culturales, normativos, simbólicos y lógico-políticos. Uno de sus presupuestos indispensables es la superación por cada mujer del orden lógico binario que antagoniza y opone polos de un orden dual. Sólo así es posible el desarrollo del pensamiento complejo y dialéctico para aprehender la complejidad genérica.
Como percepción crítica de la cultura, el feminismo confronta a las mujeres con su cultura tradicional, sus valores, creencias y anhelos, y con sus formas de sentir, descifrar e interpretar la vida y el mundo. Conduce a cada una a la crítica develadora e iluminadora de su mundo y de su autoidentidad: su manera de ser mujer y su estilo o modo de vida, y el conjunto de sus relaciones, funciones, actividades y poderes de género. En esta dimensión, la aculturación feminista conlleva al descubrimiento de lo enajenante de lo propio, del grado de opresión de género en que cada mujer ha vivido y también a la valoración positiva de sus avances genéricos.
Por eso, vivencias personales feministas, conducen a la conciencia de no sintonizar con sustratos del mundo y de una misma. C ada mujer enfrenta disyuntivas si no cambia, reproduce el orden con el que no sintoniza. La asintonía puede ser dolorosa, exige de cada mujer aprender a ser diferente; en rebeldía, produce orgullo y es argamasa política en los cambios de las mujeres y en su identificación transgresora.
El autoconocimiento reflexivo generado por la aculturación feminista crea desconcierto y colorea crisis identitarias. La experiencia subjetiva estalla internamente con los seres importantes de la vida; se produce un extrañamiento y luego una resignificación simbólica. Toca a cada mujer en territorios de la propia biografía. Ahí el extrañamiento precede a la autoconciencia y a la aceptación resignificada de lo conocido, sentido y hecho cuerpo y subjetividad: mi cuerpo, mis afectos, mis deseos y mis espacios, mis acciones, los sucesos y aconteceres en el camino de mi vida. Todo es tocado.
Porque el feminismo es en primera persona y construye (reconstruye, restaura, inaugura) la primera persona en un mundo que prohibe a las mujeres el yo misma. En él, el yo femenino es tabú y condición para el yo-contigo patriarcal, o mejor dicho el contigo-yo. Es una dimensión subsidiaria, satelital del yo que, en las mujeres modernas coexiste con una dimensión del yo afirmada, autónoma, centrada y empoderada. Esa convivencia antagónica en la misma mujer produce la escisión vital1 la partición en movimiento. Y ese movimiento permite la conexión con la alternativa feminista.
La metamorfosis cultural conduce a la construcción difícil pero gozosa y placentera de la centralidad del yo de cada mujer en su propia vida. En la experiencia vivida por las feministas sobresalen algunos hitos y se atenúan otros. Pero siempre es una marca de la aculturación feminista.
Cuando las feministas colocan esos hitos como contraseña en su comunicación, en sus encuentros y en la transmisión de la cosmovisión feminista, y reconocen su diversidad, logran mayores puntos de conexión e identificación.

El viaje feminista
La magnitud del viaje feminista es inimaginable para quienes no ven al feminismo una cultura.
2 Por eso ha sido una constante desde hace siglos la búsqueda histórica feminista sobre la historia para abatir su sentido y contenido androcéntrico y, significativamente sobre la historia de las mujeres, de lo femenino y del feminismo.
Hoy hacemos la historia y la genealogía feministas e incluimos a quienes no se pensaron feministas Sor Juana, conciencia temprana de percibir y nombrar formas específicas de exclusión y subordinación de las mujeres, y reindivicadora del valor específico de las mujeres y lo femenino, y de la completud femenina en la radicalidad de la diferencia.
3 Millones de mujeres buscan día a día afirmarse, tener razón, ser legítimas, acceder a la justicia personal de género y, al hacerlo, dan valor a lo femenino y a cada una como mujer. Su enunciado no contiene afirmaciones de género porque su horizonte es sólo personal. Otras, dan valor, afirmación y derechos a otras mujeres en quienes ven carencia, discriminación, violencia. Algunas más, actúan para que cada mujer se afirme y valore, acceda a espacios y recursos, y despliegue poderes para la vida Asumen que es posible lograr contrapunto entre cada una y las otras, entre las mujeres y su género.
Las manifestaciones de conciencia de género no sólo se corresponden con feministas cuya situación vital les permite afinidad filosófica. En cada mujer se encuentran procesos definidos por una de las perspectivas o por la combinación de varias, por eso es posible la sintonía con signos de otros tiempos y lugares, por la afinidad y la empatía aun con mujeres desconocidas.

Impureza occidental
En un mundo cuya geografía política es producto de encuentros, desencuentros, guerras y hegemonías, el feminismo tiene marca de origen y de identidad occidental. Para quienes tienen filiación positiva occidental, el feminismo es propio por autoctonía, sus códigos suenan a notas conocidas y es parte de la historia. Para mujeres que no son occidentales y han vivido colonización, imperialización o globalización, la relación feminismo-occidente requiere su propia orfebrería.
Hay quienes objetan la marca occidental del feminismo, como si fuera una más de las políticas de dominación. Y hay mujeres para quienes es aceptable como piso cultural de género común a mujeres occidentales y no occidentales (mujeres del norte y del sur, indígenas, morenas, negras, amarillas, blancas). Sin embargo, las ideologías antioccidentales están en boga en Occidente y la descalificación encuentra suelo fértil. Sucede también que se asocia el feminismo con la clase y se considera que proviene de mujeres que no sufren opresión sino que manipulan a otras mujeres y las orillan a traicionar su mundo, su cultura y sus seres entrañables No se sabe que el feminismo no es patrimonio de mujeres de una clase, sino de mujeres ilustradas, las cuales, en sociedades con movilidad social provienen de diversas clases y grupos sociales. Por eso, los procesos de aculturación feminista avanzan en los lugares más disímiles -no sólo en Occidente- y entre mujeres diversas: de clase media, campesinas, empleadas, trabajadoras, amas de casa, políticas, burócratas, artistas, estudiantas. Ellas entran en contacto con la cultura feminista en procesos de participación social y política, de educación y formación Así, llegan a la fuente feminista mujeres en capacitación técnica, en organización gremial o productiva, mujeres en procesos de concientización para la salud o electoral y, desde luego, a través de la formación específica de género.

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