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lunes, 26 de junio de 2017

Feminicidio, diálogo entre género y psicoanálisis


La expresión más extrema de la violencia machista pone en evidencia que los dispositivos patriarcales requieren respuestas complejas, desde múltiples disciplinas hasta recursos materiales y simbólicos para la apremiante transformación social y subjetiva.


El concepto de feminicidio nos convoca y nos interpela a quienes venimos del campo del psicoanálisis, porque sigue siendo necesario que también desde nuestra disciplina como psicoanalistas demos respuesta a esta lacra humana que se cobra cientos de vidas de mujeres al año en nuestro país. He de proponer una articulación entre las teorías de los Estudios de Género y algunas hipótesis psicoanalíticas, en el intento de iluminar facetas que aporten al análisis de este problema.

Tratamos de entrecruzar los conocimientos que provienen del campo psicoanalítico con los estudios de las llamadas ciencias sociales (una y otra vez invocamos conocimientos proporcionados por la sociología, la antropología, la historia, la psicología social, etc.), lo cual hace difícil la delimitación o el “control de las fronteras”. Con ello, consideramos que no sólo enriquecemos la perspectiva, sino que, además, colocamos el campo de estudios del psicoanálisis en un punto de encrucijada, expresada hoy en día en el quehacer científico con el término de interdisciplinariedad. Sin embargo, estos criterios han sido a menudo denunciados como si se trataran de “cuestiones extraterritoriales”, especialmente desde aquellas modalidades psicoanalíticas que proclaman una estricta preservación de sus fronteras, con el riesgo consecuente de auto-fagocitarse si es que no se nutren de conocimientos provenientes de otras disciplinas.

Los nuevos criterios para reformular los modelos psicoanalíticos clásicos incluyen, en primer lugar la noción de complejidad: flexibilidad para utilizar pensamientos complejos, tolerantes de las contradicciones, capaces de mantener la tensión entre aspectos antagónicos de lo que observamos, y de abordar, también con recursos complejos, a veces conflictivos entre sí, los problemas que resultan de ese modo de pensar.

Este planteo ofrece una modalidad de intercambio entre los Estudios de Género y los conocimientos psicoanalíticos al estilo de un diálogo, como una conversación entre disciplinas, tal como lo propone la psicoanalista Jane Flax, con la aspiración del enriquecimiento mutuo y sin la pretensión de arribar a conclusiones cerradas ni definitivas.

Los Estudios de Género nos han suministrado conocimientos acerca del modo en que la cultura patriarcal ha impactado en la construcción de la subjetividad de los varones, proporcionando determinados estereotipos de género masculinos transmitidos desde los primeros tiempos de su formación como sujeto. La incorporación de ideales masculinos para “ser todo un hombre” sobre la base de poseer determinados atributos, tales como la fuerza, la valentía, y otros, han sido descriptos por el filósofo Victor Seidler como rasgos propios de la masculinidad en occidente a partir de la Revolución Industrial. Junto con la división sexual del trabajo, se produjo la separación de dos áreas de poder para varones y mujeres: para ellos el poder racional y el poder económico –adquiridos en el ámbito público– y para ellas el poder de los afectos, desplegados especialmente en el ámbito familiar y doméstico. Estos ideales sociales siguen operando con singular eficacia en la construcción de las subjetividades, de modo que cuando los sujetos fracasan en lograrlos, se produce un colapso narcisístico difícil de sobrellevar. El sociólogo Pierre Bourdieu interpreta al ejercicio del poder masculino en nuestra cultura patriarcal bajo el formato de lo que ha denominado “la dominación masculina”. Los modos de ejercicio de poder masculino son variados y se pueden expresar en distintas versiones, pero cuando analizamos el feminicidio entendemos que la finalidad última es mantener su posición de dominio y autoridad en relación con una mujer –pueden ser varias mujeres, tales como ocurrió en el caso del odontólogo Barreda quien mató a su esposa, su suegra y sus dos hijas– ante el sentimiento de humillación y/o desconocimiento de sus atributos de dominio y autoridad por parte de la mujer a la que mata. La/las mujeres son objetalizadas, condenadas a la nada por parte de quien trata de mantener una posición de sujeto dominante, una posición que se ve amenazada por el agravio de quien no lo reconoce como tal.

Sin embargo, el feminicidio no siempre se da dentro de un vínculo de intimidad, como parte de un tipo de relación donde existiría un pacto o alianza inconciente previa de reconocimiento mutuo, sino que a menudo se da cuando una mujer es considerada como objeto sexual, y su asesinato se produce en el contexto de una violación o de alguna otra forma de abuso. En estos casos de lo que se trata es de eliminar lo humano de la otra, desubjetivizándola y simultáneamente desubjetivizándose, esto es, siendo él mismo un objeto para su desborde pulsional. Una paciente relata en su sesión: “(…) Cuando mi yerno perdió su trabajo estuvo cada vez peor, se deprimió y no había tratamiento que lo sacara adelante, tomaba mucho alcohol (…), con lo que ganaba mi hija no alcanzaba, discutían todo el tiempo, él le exigía que ganara más ya que él no podía, y ella no quería porque también quería estar con los chicos, que eran chiquitos todavía (…) esa noche mi yerno mató a mi hija con un revólver que tenía en casa y después se mató él (…) los chicos eran chiquitos, se quedaron muy mal, la nena volvió a mojar la cama, tenía pesadillas y se despertaba a la noche gritando, el nene no quería ir al jardín de infantes y estuvo un tiempo mudo, sin hablar nada (…) yo estaba destrozada, pero tuve que hacerme cargo de ellos. Todos quedamos destrozados (…) Ya pasaron diez años y yo sigo con insomnio desde ese momento (…)”. Este es un modo de expresión de la crueldad patriarcal: impotencia-prepotencia, muerte, destrozamiento subjetivo, marcas traumáticas desgarradoras sobre quienes padecen los resultados del feminicidio.

En este punto quiero recordar un movimiento pulsional-deseante, planteado por la teoría freudiana, en particular referido a la pulsión de dominio en sus tres versiones posibles: dominar-dominarse-ser dominado, o sea, en sus versiones activa, reflexiva y pasiva. Cuando se trata del desborde de la pulsión de dominio, consideramos la versión activa de esta pulsión, la de dominar, y el fracaso concomitante de sus otras versiones: dominarse y ser dominado. El agravio supuesto al ideal de masculinidad sólo tiene una respuesta posible: la expresión irrestricta de la acción de dominar a quien promovería el agravio, sin que se produzca la así llamada renuncia pulsional, tal como lo planteó S. Freud en El malestar en la cultura cuando propuso que para formar parte de una comunidad es necesaria la aceptación de algunas restricciones, entre las cuales se encuentran ciertas renuncias pulsionales. La víctima de quien queda desubjetivizado, a merced de su impulsividad pulsional, deja de ser una semejante, pasa a ser otra radical, irrepresentable en su otredad.

Aquí podríamos hacer algunos comentarios acerca de algunos modelos psicoanalíticos que enfatizaron más el valor de la diferencia que el de la semejanza, tal como lo plantea J. Benjamin al analizar los criterios del desarrollo infantil edípico y pre-edípico. Cuando se pone el acento en las hipótesis psicoanalíticas sobre la significación otorgada a la diferenciación en el curso del desarrollo humano como si fuera más significativa que la comprensión de la igualdad, nos encontramos con el problema de cómo tender un puente entre los aparentes opuestos, asimilar la diferencia sin repudiar la semejanza. Tanto esta autora como la psicoanalista Nancy Chodorow señalan la insistencia de los hombres en sobrevalorar la diferenciación debido al esfuerzo que éstos tienen que hacer para separarse-desidentificarse de la madre en pos de la resolución del conflicto edípico. Esta lógica binaria “o/o” impone una división entre los géneros a la hora de construir identidades genéricas diferenciadas y opuestas, en lugar de proponer una relación de tensión y de conflicto. Las teorías de construcción de los géneros han revisado esta propuesta psicoanalítica clásica, basada en un modelo masculino patriarcal de suponer el desarrollo del infante humano. Los Estudios de Género, desde una perspectiva feminista, prefieren una noción de diferencias múltiples e identificaciones inestables para construir la así llamada identidad de género, incluyendo lo que J. Benjamin denomina “identificación con la diferencia”.

El flagelo del feminicidio pone en evidencia que estos dispositivos patriarcales –incluyendo su abordaje desde las teorías y las prácticas psicoanalíticas– requieren respuestas complejas, desde múltiples disciplinas, así como contar con recursos materiales y simbólicos para la transformación social y subjetiva urgentes, apremiantes, impostergables. Quienes operamos en el campo del psicoanálisis podemos contribuir con nuestras teorías y nuestras prácticas para diseñar nuevos recursos simbólicos, disponiendo una escucha –tal como expresaría la psicoanalista francesa Luce Irigaray “¿cuál es la redondez de nuestra oreja para escuchar lo distinto?”– para la variabilidad y multiplicidad en la construcción subjetiva de quienes recurren a nosotros, poniendo en suspenso los estereotipos de género tradicionales y dando lugar a nuevos recursos de interpretación.

Mabel Burin    Doctora en psicología, directora del Programa de Género y Subjetividad de la Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales (UCES), Buenos Aires.

https://www.pagina12.com.ar/diario/psicologia/9-313872-2016-11-10.html

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