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sábado, 20 de diciembre de 2014

La objetualización de la mujer en los medios de comunicación




La música, el cine, la publicidad, y los medios de comunicación en general, están muy presentes en nuestro día a día y, aunque no siempre seamos conscientes de ello, tienen un gran impacto en nuestra forma de pensar y de percibir la realidad. Les hemos dado el poder de establecer lo que es ideal y deseable y dado que cada vez estamos más expuestos a contenido sexista, más se percibe por parte de la sociedad a la mujer como un mero objeto y más se acepta su discriminación como algo natural.
Las mujeres son objetualizadas y desmembradas en la publicidad de forma continua. El desmembramiento se produce en aquellos casos en que aparece únicamente una parte del cuerpo de la mujer, separándola así del resto de la persona e implicando que toda la importancia de esta última reside en ella. La objetualización consiste en que la mujer aparece retratada como un simple instrumento.
De esta forma es habitual ver a la mujer desnuda frente al hombre vestido; a mujeres infantilizadas o en situaciones de sumisión o vulnerabilidad, representadas como un mero objeto pasivo para el placer ajeno.
Cuanto más habituales son la objetualización y la desmembración más internalizamos
la normalidad de una práctica que tiene graves consecuencias, tanto en la manera en que las mujeres se relacionan con sus cuerpos como la forma en que la sociedad las percibe, dando lugar a trastornos alimentarios, problemas de autoestima, depresión (consecuencias internas), y fomentando la violencia sexista o desacreditando a las mujeres en su actividad profesional (consecuencias externas).
El cuerpo de la mujer se ha convertido en una mercancía, en un objeto al servicio del marketing, y la gran mayoría de mensajes que recibimos desde los diferentes medios de comunicación van en esta dirección. Las mujeres mayores de cincuenta años están ausentes de revistas, publicidad, televisión y cine, e incluso las mujeres más poderosas del mundo soportan que su físico sea criticado y ridiculizado. El mensaje siempre es el mismo: que nuestro valor reside en nuestra apariencia y que en ésta se basan nuestras posibilidades de ser felices, de alcanzar el éxito profesional, de que nuestra opinión sea tenida cuenta.

Así, la belleza pasa a ser algo tremendamente complejo que tiene que ver con mucho más que el ser o no físicamente atractivo.
Las voces que tratan de contrarrestar la imposición de la delgadez extrema como el ideal lo hacen, la mayor parte de las veces, ensalzando a las que llaman “mujeres reales”, insinuando que algunas no lo son. Luchan contra una dictadura imponiendo otra, perpetuando el problema en vez de combatirlo. El resultado es siempre el mismo: el sometimiento de la mujer a la obtención de un arbitrario ideal de belleza.
Es necesario cuestionarse esa necesidad de un ideal y dejar de esperar que la sociedad nos dé permiso para vivir y ser mujeres. Como dice la feminista Caitlin Moran: “I think it’s very difficult for women to simply be human— functioning, happy humans— if they essentially see themselves as a massive to-do list of flaws.” Las mujeres tenemos que dejar de objetualizarnos a nosotras mismas.
Mientras se ensalce un tipo de cuerpo siempre va a haber otro al que se rebaje. La existencia de ideales, cualesquiera que éstos sean, hace que las mujeres nos encontremos sometidas a ellos, distrayéndonos de lo que realmente importa.
Hace que dejemos nuestra autoestima y nuestro amor propio en manos ajenas, en manos de una industria que busca esclavizarnos para sacar beneficios. Hace que tratemos nuestros cuerpos como si fueran una prenda de ropa, sometiéndolos a lo que más se lleva en cada momento, llegando a alterarlos quirúrgicamente si es necesario para que se ajusten a la tendencia. Hace que internalicemos el mensaje de que lo máximo a lo que podemos aspirar es a ser deseables y nos mantiene atrapadas en un juego que es imposible ganar.
María Morgade

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