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viernes, 19 de septiembre de 2014

Relación entre género y democracia. II/II


Hay una connotación en muchos sectores de hombres y mujeres respecto del feminismo como una no buena palabra, pero la verdad es que teórica y políticamente hablando, el feminismo es la expresión política de la lucha de las mujeres por la igualdad de derechos.
Y el feminismo como expresión teórica y con los estudios de género, siempre ha buscado confrontar a todos estos teóricos, a Roussau, a Balzac y a los de ahora, e ingresar al debate político. Así como las políticas buscan ingresar tanto a la arena política como en el debate, sin embargo se mantiene una invisibilidad teórica bastante grande, tan grande, tan fuerte, como la que acabamos de ver en las cifras en la acción política.
Aquí quisiera hacer un pequeño paréntesis conceptual, -para entender las relaciones entre género y democracia-. El concepto de género designa construcciones culturales y simbólicas que las sociedades occidentales han levantado alrededor de las diferencias sexuales, es una construcción cultural, como lo dijo hace mucho tiempo Simone de Beauvoir “no se nace mujer, se hace mujer”. Cada formación histórica construye el género, lo femenino y lo masculino de determinada manera, asociando al sexo femenino con una cantidad de atributos culturales y con una cantidad de errores y el género masculino con el otro. El fundamento principal del concepto, el sentido, está dado justamente en la afirmación de que es la cultura y no la biología lo que determina lo propio de un sexo o del otro.
Los estudios de género de hoy día ofrecen muchas alternativas para decir lo mismo, pero hay dos rasgos que son importantes en el concepto, uno es el de ser una construcción cultural, que funciona como componente fundamental en toda sociedad. Toda sociedad tiene un orden de género que define a las mujeres desiguales en relación a los hombres, o las considera inferiores. Cuando hablamos de igualdad o de equidad de género, de lo que estamos hablando es de que ambos tengan igualdad de trato y de oportunidades.
Ahora, el problema es que las relaciones de género vigentes en nuestra sociedad se transforman en identidad, por procesos que todas conocemos, de socialización, desde la casa, en la escuela, en el trabajo, a lo largo de toda nuestra vida hay señales y mensajes que van enviando, que nos dicen: “mire, si usted es mujer no llore”, “la política es para hombres, no es para las mujeres”, “si usted participa en política, bueno, sirvan el tecito en las reuniones, o todo ese tipo de actividad, porque es lo que saben hacer”. Esto es lo que muchas mujeres hacemos, como llevar el anillo del marido también. Por ejemplo muchas mujeres ingresan a la política porque vienen de apellido político, es el lazo familiar y eso pone en interdicción la condición de ciudadana, de quienes queremos participar en política.
Lo importante es saber que todos estos mecanismos de acceso, que no son los mecanismos institucionalizados, pueden abrirle la puerta a muchas mujeres a la política. Pero si esa puerta se mantiene abierta o no, ya empieza a depender de la propia mujer, porque puede ser muy pariente del presidente de la república, pero si no tiene dedos para el piano, termina no siendo elegida, no siendo electa.
El problema es la identidad. ¿Qué entendemos por identidad? Cualquier aspecto que singularice a una persona, o que la haga semejante a otra. Todo lo que nos agrupa o nos separa es un elemento de identidad y por lo tanto, como los seres humanos en general no sólo tenemos un interés, ni tenemos un sólo rol que cumplir u ofrecer, las identidades son múltiples. Nos podemos identificar como trabajadoras, como mujeres, como madres, presidenta de la república, me encantaría que algún día nos identificáramos también como
presidenta o como parlamentarias. O sea, son identidades múltiples, que nos une a algunas o algunos y nos separa de otros u otras.
Lo importante es establecer esta diferencia entre entidad biológica, que estamos hablando de sexo, en donde existen diferencias evidentes entre hombres y mujeres y esta identidad cultural, lo que llamamos género y en donde existen desigualdades. Nadie desconoce ni quiere desconocer las diferencias de sexo, por lo menos la mayoría no, pero sí “queremos ser diferentes, pero no desiguales” como dicen las brasileñas que acuñaron esa consigna que ven ahí: “Queremos ser diferentes, pero no desiguales”.
Imaginar que todas las mujeres somos iguales, entre nosotras mismas es una falacia, es falso. Entre las mujeres somos muy diferentes, cada una tiene su historia, su biografía, su trayectoria, sus problemas, sus intereses.
Natacha Molina

http://www.diba.cat/urbal12/Pdfs/Natacha%20Molina.PDF

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