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lunes, 30 de diciembre de 2013

LA AUTONOMÍA EN LA MUJER




Concepción Arenal intenta demostrar las contradicciones en las que incurren no solo las leyes, sino también algunos fisiólogos de la época e incluso las costumbres de un gran sector de la sociedad en lo que a derechos y capacidad de las mujeres se refiere. En su libro La mujer del porvenir,[33] la escritora rebate a los fisiólogos la defensa que estos hacen en torno a la inferioridad orgánica de las facultades intelectuales de las mujeres. El Doctor Gall, por ejemplo, citado por Arenal, sostenía que el cerebro de la mujer estaba menos desarrollado en su parte anterior-superior, y por ello, por lo común, las mujeres tenían la frente más estrecha y menos elevada que los hombres. “Las mujeres –señalaba-, en cuanto a sus facultades intelectuales, son generalmente inferiores a los hombres”.[34]
 Concepción Arenal, por su parte, efectúa una crítica bien argumentada de la teoría del doctor Gall para concluir que este de ningún modo demuestra la inferioridad orgánica de la mujer:

“La diferencia intelectual sólo empieza donde empieza la de la educación. Los maestros de primeras letras no hallan diferencia en las facultades de los niños y de las niñas, y si la hay, es en favor de éstas, más dóciles por lo común y más precoces”. (P. 110)

Una de las consecuencias de que se impida que se puedan equiparar las facultades intelectivas de hombres y mujeres y de la supuesta inferioridad de la mujer, señala Arenal, es que a esta se la rebaja en el orden moral; de ahí que la legislación la tratase como a un menor.
Como forma de rebatir a los moralistas de la época, que defendían la incompatibilidad entre los quehaceres domésticos y el cultivo de la inteligencia, Arenal, para las mujeres, vindica el ejercicio de ambas tareas. Argumenta que la niña, y luego la joven, recibe una instrucción que le sirve de muy poco, dado que lo que adquiere son habilidades que apenas va a necesitar. ¿Qué hace la niña desde que es susceptible de recibir instrucción hasta que se casa?[35] Habilidades que generalmente olvida tras el matrimonio. De modo que “ha gastado muchos años de su niñez y juventud y algún dinero, a veces bastante, para aprender lo que primero no le sirve de nada, y después olvida”. Consecuencia de ello es que carece de ocupación formal, y por ello se aburre. La lectura de novelas, “muchísimas novelas” es su única educación intelectual.

En su libro La mujer de su casa, escrito en 1881, Arenal aborda el tema de la educación sedentaria dada a las niñas, proyección de su futuro como amas de casa (“La mujer casada, la pata quebrada”.). Considera un error la prohibición de que las niñas tengan “juegos de muchachos”, y se les aconseje estar sentadas, ya que esto impide que se desarrollen sus músculos y se ejerciten sus fuerzas. Al poco aire, poca luz y movimiento, hay que agregarle el régimen propio de toda señorita del uso de trajes incómodos y calzado que le impide andar. La combinación de “las rancias preocupaciones españolas con los figurines franceses, privan a la mujer del indispensable ejercicio, y la atavían de manera que son un ataque permanente a la estética y a la higiene, y hasta al sentido común, porque hay ocasiones en que las señoras más parecen grandes muñecas con malos resortes que personas racionales”.[36] (Pp. 249-250)
Arenal está convencida de que la joven ha despilfarrado los primeros y mejores años de su vida sin hacer nada útil ni pensar en nada grave, y, consecuentemente, “tiene la veleidad y la ligereza propias del que no se emplea en nada serio”. Los hábitos que ha adquirido son los de holganza intelectual, que le imposibilita para cualquier “trabajo del espíritu”, así como todo cuanto exija esfuerzo y perseverancia. Finalmente, “el entretenimiento” parece ser el único horizonte para la joven.
De nuevo constatamos algunas coincidencias entre los diferentes autores en determinadas preocupaciones; esto es, los resquemores que provoca la ociosidad o entretenimiento, pilar combatido en las distintas épocas.
En esta línea, cuando Arenal aborda el gobierno de la casa, concluye: “No creemos que sepa gobernar la casa quien no sabe gobernarse a sí misma”. Como ejemplo, señala:

“Es muy común en las jóvenes bien educadas y llenas de habilidades, no coser bien un punto a una media, ni hacer un zurcido, ni echar una pieza, y, lo que es peor, difícilmente tendrá espíritu de orden quien tiene poca fijeza en sus ideas y base poco estable para sus juicios”.

Y, en contra de lo sostenido por Pardo Bazán, Arenal afirma:

“Las grandes señoras y las señoras ricas no gobiernan su casa, ni aun suelen dirigirla. Semejante ocupación es para las mujeres de la clase media y las pobres; estas trabajan muchas horas del día y de la noche para ganar pan, y les quedan pocas horas para el gobierno de la casa”. (P. 174)

Otro de los argumentos falaces esgrimidos en la época para no ofrecer  instrucción a la mujer es el hecho de que esta se haría más varonil, perdería la dulzura y suavidad, el encanto de su sexo; en tal caso, perseguiría arrebatarle la autoridad al padre de familia. En su respuesta, la escritora demuestra ser hija del pensamiento histórico del siglo XIX, el cual adolece de un sesgo sexista en lo referente a la concepción de los sexos. Estos son concebidos diferenciados “por naturaleza”, y por consiguiente, también sus valores. Así, Arenal estima que la mujer posee todas aquellas virtudes propias de su feminidad: la abnegación; también la sensibilidad. Enfrentada a ella, los valores del hombre se hallan mediatizados por su fortaleza física y de carácter; en consecuencia, su autoridad en el hogar y en la familia ha de estar fuera de todo cuestionamiento. Aunque extensa, nos parece que la cita clarifica cuanto hemos tratado de resaltar:

“Pero, en fin, ¿quién mandará en la casa, quién será el jefe de la familia? Mandar despóticamente, no debe mandar nadie; tener fuero privilegiado, no debe tenerle ninguno, ni tampoco hacer concesiones de gracia y andar en tratos con la justicia, porque la justicia no se suple por ninguna cosa, ni sobre ella hay nada. Pero el hombre es físicamente más fuerte que la mujer; es menos impresionable, menos sensible, menos sufrido, lo cual le hace más firme, más egoísta, y le da una superioridad jerárquica natural, y por consiguiente eterna, en el hogar doméstico.
La mujer, que ha de ser madre, ha recibido de la naturaleza una paciencia casi infinita, y debiendo por su naturaleza sufrir más, es más sufrida que el hombre. Su mayor impresionabilidad la hace menos firme; su sensibilidad mayor la hace más compasiva y más amante. Por más derechos que le concedan las leyes, la mujer, a impulsos del cariño, cederá siempre de su derecho; callará sus dolores para ocuparse en los de su padre, su marido o sus hijos; la abnegación será uno de sus mayores goces; dará con gusto mucha autoridad por un poco de amor y suplirá con la voz dulce y persuasiva que Dios le ha dado, la fuerza que le negó. No queremos ni tenemos conflictos de autoridad en la familia bien ordenada, de que el hombre será siempre el jefe, no el tirano”.

         La escritora acepta y reafirma una serie de estereotipos masculinos y femeninos, en virtud de la “naturaleza de los sexos”, estereotipos orientados a completar y a armonizar al hombre y a la mujer. Siguiendo de este modo los pasos del pensamiento de la época, que solo entiende la armonía y convivencia entre los sexos a partir de una oposición o bipolarización de cualidades, de actitudes estereotipadas socialmente. En cambio, Arenal si se enfrenta al pensamiento de su época para defender la inteligencia en la mujer, como elemento clave para su reivindicación de instrucción femenina y posterior emancipación de la mujer: cuanto más semejante sea la inteligencia de hombre y mujer, más armónica será su convivencia: “Son naturales, y por consiguiente eternas, las diferencias de carácter necesarias para la armonía, porque (y nótese esto bien) las de la inteligencia no contribuyen a ella, sino que, por el contrario, la turban”. (Pp. 168-169)
         En términos semejantes a Concepción Arenal se manifiestan otras voces femeninas de la época. Así, entre algunas opiniones reflejadas en los periódicos de la época, María de la Concepción Gimeno, por ejemplo, en La moda Elegante Ilustrada. Periódico de las Familias subraya:

“Deseo comprendais el espiritu que me anima al escribir este artículo, galantes lectores: quiero revelaros que moralmente se halla la mujer á vuestra altura; quiero nuestra emancipación, pero únicamente en las esferas de la inteligencia; quiero á la mujer cosmopolita de los mundos del arte y de la ciencia; la quiero ante todo madre: y no lo dudeis, será vuestra esposa y buena madre si recibe una ilustración que le rasge la venda fatal de la ignorancia, el error y la superstición”. (Subrayados nuestros. P. 190)[37]

Para este grupo de mujeres, la batalla a favor de la igualdad entre los sexos se centra en defender el derecho de niñas y mujeres a recibir la misma instrucción y formación intelectual que los hombres, puesto que ello no solo va a beneficiar a las mujeres, sino que va a potenciar la armonía social, la armonía entre los sexos.
Concepción Gimeno trata de romper una lanza en favor de la erradicación de algunos estereotipos de la época:

“Denominar débil á la mujer en nuestra nueva era es un anacronismo [...] El hombre quiere débil a la mujer para ejercer en su hogar un predominio tiránico que le permita calmar, ya que no extinguir, la febril ansiedad, la ardiente sed que siente de una dominación más vasta sobre el Universo.
El hombre quiere débil á la mujer para hacerla su juguete, para explotar su debilidad”. (P. 187)

Gimeno cuestiona este estereotipo para rebatirlo argumentando que las mujeres, si fueran débiles, no podrían asumir la educación de sus hijos.
         Retomando el discurso de Concepción Arenal, otro de los aspectos que denuncia es la doble moral que siguen los hombres de su tiempo, consecuencia de considerar a las mujeres inferiores a ellos:

“Hay una moral para las relaciones de los hombres entre sí, y otra para su trato con las mujeres; [...] con ellas los compromisos, la palabra empeñada, el honor, la gratitud, tienen una significación distinta [...] Un hombre puede ser mil veces infame, y con tal que lo sea con mujeres, pasará por caballero; puede ser vil y gozar fama de digno; puede ser cruel sin que lo tengan por malo. [...] ¿Cómo hay dos criterios, uno aplicable al mal que hacen a las mujeres y otro al que pueden hacerse los hombres entre sí? La razón de esto está en la supuesta inferioridad de la mujer; nada puede ser mutuo entre los que no se creen iguales”. (P. 140)

         En definitiva, Arenal considera un grave error inculcar en la mujer que su única misión sea la de ama de casa y madre porque equivaldría a entender que  por sí misma no puede ser nada más, y aniquilar en ella su yo moral e intelectual. La mujer debe reafirmar su personalidad independientemente de su estado, y soltera, casada o viuda, tiene derechos, deberes y un trabajo que realizar. No deben limitarse las aptitudes de las mujeres ni excluirlas a priori de ninguna profesión:

“Las leyes administrativas y de enseñanza excluyen a la mujer de todos los cargos públicos y del ejercicio de todas las profesiones, como no sea el magisterio en sus últimos grados, la venta de efectos timbrados y de tabaco, que monopoliza el gobierno; algunas plazas de telégrafos y en el servicio de teléfono. Así, pues, los únicos puestos oficiales que la mujer puede ocupar son maestra de niñas, telegrafista y telefonista y estanquera; reina puede ser también; en España no ha regido nunca la Ley Sálica”.[38]  (P. 37)

Son escasas, por lo tanto, las coincidencias entre Arenal y Climent, si acaso un punto de encuentro lo hallamos en la manera que tienen ambos de concebir la naturaleza de los sexos, dado que ninguno de los dos puede escapar al pensamiento de su época, aunque, desde luego, es abismal la distancia en la mirada que cada cual proyecta a la hora de considerar el espacio social que la mujer ha de conquistar.

M. Ángeles Cantero Rosales
(Universidad de Granada)
http://www.um.es/tonosdigital/znum14/secciones/estudios-2-casada.htm

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