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domingo, 15 de diciembre de 2013

De la violencia a las mujeres en el proceso de acumulación del capital

 

La violencia laboral y la violencia doméstica cada vez se hacen más visibles en nuestra vida cotidiana por las denuncias y resistencias a las mismas.

En varias oportunidades caracterizamos el fenómeno que se observó con el desarrollo de la industria moderna con el reemplazo de la fuerza de trabajo masculina por la de mujeres y niños. Esta elección, en parte tuvo que ver con los cálculos relativos al coste de la fuerza de trabajo, las mujeres se asociaban a la fuerza de trabajo barata y la ubicación en ciertos lugares de poca jerarquía, considerados apropiados para el sexo.

Los orígenes de la incorporación de las mujeres al trabajo previo a la gran industria,  se realizaron bajo una trama violenta en las luchas entre la aristocracia y la burguesía ascendente, entre el siglo XIV y el XVII,  en la que ciudades y pueblos fueron reducidos a cenizas. Así como eran visibles los  mendigos vagabundos, las mujeres solas fueron lanzadas al mercado de trabajo.

Analizando el proceso de acumulación del capital, en el capítulo la acumulación originaria[1], Carlos Marx señala: el poder del capitalista sobre la riqueza toda del país es una completa revolución en el derecho de propiedad, y ¿qué ley o qué serie de leyes la originó?, repite la pregunta de una obra anónima y se contesta: Mejor habría sido decir que las revoluciones no se hacen con leyes.

Para ubicarnos en el tema, el autor señala que:

Las diversas etapas de la acumulación originaria tienen su centro, en un orden cronológico más o menos preciso, en España, Portugal, Holanda, Francia e Inglaterra. Es aquí en Inglaterra donde a fines del siglo XVII se resumen y sintetizan sistemáticamente en el sistema colonial, el sistema de la deuda pública, el moderno sistema tributario y el sistema proteccionista. En parte, estos métodos, se basan,  como ocurre con el sistema colonial, en la más avasalladora de las fuerzas. Pero todos ellos se valen del poder del Estado, de la fuerza concentrada y organizada de la sociedad, para acelerar pasos agigantados el proceso  de transformación del régimen feudal de producción en el régimen capitalista y acortar los intervalos. La fuerza es la comadrona de toda sociedad vieja que lleva en sus entrañas otra nueva.



Alexandra Kollontai[2] (1921) concibiendo que el papel de las mujeres en la sociedad y sus derechos dependían de su posición en la producción, describe ese período, señalando quiénes eran y en qué condiciones se insertaban al trabajo:

 las mujeres de artesanos arruinados, campesinas que procuraban sustraerse a las cargas demasiado pesadas de los señores, viudas innumerables de innumerables guerras civiles y nacionales, sin olvidar la cohorte hormigueante de los huérfanos, las mujeres hambrientas obstruyeron las ciudades donde se refugiaron en masa. La mayor parte de ellas se hundieron en la prostitución, mientras que las otras ofrecieron sus servicios a los maestros artesanos con tesón que se ha vuelto inhabitual en nuestros días. (…) Eran frecuentemente viudas o hijas de viudas que, por su destreza en el trabajo o por su astucia contaban con encontrar en el taller un marido a su conveniencia. La oleada de las fuerzas de trabajo baratas en los talleres era tal en el siglo XIV y a principios del siglo XV que las corporaciones, para poner freno a la competencia femenina, fueron obligadas a reglamentar su acceso a los oficios artesanales. Ciertas corporaciones disuadieron a sus maestros de que contrataran mujeres como aprendiza. Se llegó incluso hasta prohibir a las mujeres el ejercicio de ciertos oficios [3].


El cuadro se completaba que ante el hambre, la pobreza y la ausencia de vivienda, muchas de las mujeres se refugiaron en los conventos. Se registra también, que las mujeres de alta condición  también se retiraron a los conventos para escapar al despotismo de su marido o de su padre.[4]

A lo largo del siglo XV y XVI las mujeres se agruparon en diversas asociaciones para luchar contra sus condiciones de trabajo.

El surgimiento del “trabajo a domicilio” fue paralelo a la producción artesanal promovida por los nuevos empresarios, quienes intermediaban en el mercado, comprando la fuerza de trabajo y las primeras víctimas fueron las mujeres. Estas perdieron parte de su beneficio y se vieron obligadas a aumentar la productividad.  Esta modalidad laboral representaba una forma transitoria entre la artesanal y el trabajo asalariado.

Entre las afectadas se encontraban las campesinas, quienes lo consideraban un aporte económico ante las exigencias de los terratenientes. Una manera de extorsionarlas, eran amenazar a las prófugas con entregarla a su señor o denunciar a la ciudadana abandonada por prostitución y vagabundeo, lo cual implicaba para ella sanciones severas y humillantes.

Teniendo en cuenta estas situaciones, A. Kollontai, concluye: “Es por eso que las obreras a domicilio y más tarde las asalariadas de las manufacturas aceptaron las condiciones dictadas por ese chupador de sangre que fue el intermediario.”

Las interminables jornadas de trabajo y la baja retribución llevaron a muchas mujeres a vender su cuerpo abiertamente y la prostitución[5] se propagó masivamente.

Las mujeres adineradas también fueron perjudicadas, tal es así, que las riquezas acumuladas no podían ser divididas entre numerosos herederos, por eso las hijas perdieron su derecho a la herencia. En la época de la caballería, la mujer había sido propietaria legal de su dote.

En la nueva legislación de los siglos XIV y XV, la mujer como en el pasado, fue considerada como un ser de poca importancia y dependiente del hombre. Comparada con los usos y costumbres de la Edad Media , la posición de la mujer se había más bien agravado en el transcurso del Renacimiento.

El matrimonio seguía siendo un asunto comercial, un simple asunto de dinero.

Sintetizando, con un juego de palabras, la autora citada, señala:

De un lado –el de la luz- resonaban las risas y los gorjeos de las bellas ataviadas de seda y de piedras preciosas, en busca de diversiones. Del otro lado –el de a sombra- en las capas más desfavorecidas de la población, las campesinas y las obreras a domicilio llevaban una vida mísera, encorvadas bajo el peso de un trabajo excesivo.


Estas diferencias se desplegaban en una época de gran creatividad en diversas disciplinas y las mujeres gozaban de cierto reconocimiento, así como de ciertas libertades.



El protagonismo de las mujeres durante la revolución francesa

Diversas fuentes dan cuenta del protagonismo del proletariado femenino en las vísperas de la revolución francesa en las calles de París, con presencia de mendigos y prostitutas, de una multitud de mujeres sin trabajo y en la participación de los motines de julio de 1789, manifestándose contra la explotación de los ricos. Una de las peticiones, clamaba: “Si buscamos trabajo, no es para liberarnos de los hombres, sino para edificarnos una existencia propia en un ámbito modesto”.

La  libertad de trabajo era reclamada por varones y mujeres, significando la eliminación definitiva del feudalismo, la consolidación y el predominio de la burguesía y la liquidación del privilegio de las corporaciones.

Se vivía una profunda crisis económica y social y el reclamo de pan cobraba cierta envergadura porque según Eric Hobsbawm (1962) “en 1788 y en 1789, una mayor convulsión en el reino, una campaña de propaganda electoral daba a la desesperación del pueblo una perspectiva política al introducir en sus mentes la tremenda y trascendental idea de liberarse de la opresión y de la tiranía de los ricos. Un pueblo encrespado respaldaba a los diputado del tercer estado.” [6]



 ¿Cuáles eran las peticiones de los burgueses?


Según el autor “las peticiones del burgués de 1789, están contenidas en las famosas Declaraciones de los derechos del hombre y del ciudadano. Este documento es un manifiesto contra la sociedad jerárquica y los privilegios de los nobles, pero no a favor de una sociedad democrática o igualitaria. (…) “oficialmente, dicho régimen no expresaría sólo sus intereses de clase, sino la voluntad general ‘del pueblo’ al que se identificaba de manera significativa con la ‘nación francesa’.

¿Cuáles eran los fundamentos para definir los derechos del hombre y no de las mujeres? Sobre esta cuestión indaga Joan W. Scott[7] (2012) cuando analiza los fundamentos en que se basó la Declaración de los Derechos del hombre, desde la perspectiva de las mujeres en el período 1789-1944.

Para sustituir el Antiguo Régimen, en  los debates parlamentarios, predominó la necesidad de un gobierno basado en la soberanía del pueblo y el “orden natural de las cosas”.

Esta elección excluyó de la ciudadanía a las mujeres, los esclavos y los hombres de color libre, en la constitución sancionada en 1791. Esta declaración de soberanía, dice Scott, “no era consistente con la negación de la ciudadanía a las mujeres”.

Desde esa visión política se equiparaba individualidad con masculinidad, por lo tanto los derechos humanos naturales y universales (a la libertad, la propiedad, la felicidad) “daban a los hombres un común derecho a los derechos políticos del ciudadano”

Uno de los que reconocía esta inconsistencia era Condorcet, al señalar que “el concepto de igualdad política era en sí mismo paradójico, ya que necesariamente ignoraba las diferencias que al mismo tiempo debía reconocer para declararlas irrelevantes.”

La diferencia se explicaba en función del género, “a veces idealizado en términos de una división funcional del trabajo reproductivo y otras, como la expresión natural y por lo tanto incuestionable del deseo heterosexual.”

Para resumir las nociones que subyacían en la declaración de principios, quedaba reducida a una diferencia sexual:

-         masculinidad equivalía a la individualidad

-         feminidad a alteridad, en una oposición fija, jerárquica e inmóvil.

La oposición a esta visión

Un verdadero desafío fue el accionar de Olympe de Gouges quien en 1791, publicó la Declaración de los derechos de la mujer y de la ciudadana, mientras se discutía el texto constitucional, proponiendo que se lo adoptara como complemento.

Denunciaba el carácter incompleto de la declaración de principios, sosteniendo que por naturaleza tienen los mismos derechos que los hombres.

¿Cómo lo hacía? Fundamentalmente como oradora, desde el podio de varios clubes e incluso una vez en la Asamblea Nacional , dónde asistía para seguir sus sesiones. También solicitaba la abolición de la esclavitud y los derechos de los hijos ilegítimos, el veto real y los hospitales de maternidad, reivindicaciones que con frecuencia cubrían los muros de la ciudad de París. En 1788, en un panfleto propuso la formación de un fondo patriótico para resolver la crisis financiera, con contribuciones de todos los ciudadanos.

Es importante reconocer que Olympe de Gouges, fue una figura pública con cierta visibilidad y debemos considerarla como emergente de aquellos ideales de libertad e igualdad y de la presencia de numerosas mujeres en la producción desde finales del siglo XVIII y el inicio del  reconocimiento de la necesidad de la fuerza de trabajo femenina.

La guillotina fue su destino. Después de enfrentarse con Robespière fue arrestada y luego condenada a muerte.[8]

Después de este recorrido podemos afirmar que la violencia en la sociedad burguesa  y que oprime a la mujer está producida en parte por la contradicción entre el capital y el trabajo. Decimos en parte, porque la opresión a las mujeres era preexistente al surgimiento de la burguesía y del sistema capitalista.

Temas en debate  –  Ayer y hoy

 Aunque las penurias sufridas por las mujeres en los inicios del sistema capitalista se han superado por el protagonismo de éstas,  junto a las exigencias del movimiento obrero, por cambiar las condiciones de vida,  persiste una tendencia en la brecha salarial y obstáculos en el acceso a tareas de mayor cualificación, así como la imposibilidad de decidir sobre nuestro cuerpo, reflejando la discriminación  que existe entre varones y mujeres en esta sociedad.

La intervención estatal, con políticas que no resuelven ni previenen: la desnutrición infantil, el trabajo precario, la desocupación, la subocupación, la carencia de viviendas,  la muerte de mujeres por aborto clandestino, la creación de instituciones de crianza de la primera infancia, así como la trata de personas, también reflejan intereses que no son precisamente los populares.

Ayer

Los debates acerca de la significación de la “cuestión de las mujeres” y la intervención de destacadas personas y organizaciones giran alrededor de la relación de su accionar con el contexto. En este sentido, considero valiosa la reflexión de A. Kollontai, cuando refuta este argumento:

Las mujeres habrían empezado a organizarse y a defender sus intereses y, a todo lo largo del siglo XIX, habrían  arrancado un derecho tras otro mediante una lucha encarnizada.

Esta concepción  es totalmente falsa. La historia de la liberación de la mujer transcurrió verdaderamente de una manera diferente.

Las feministas combativas –como Olympe de Gouges en Francia, Abigail Smith Adams en América o Mary Wollstonecraft en Inglaterra- pudieron formular la “cuestión de las  mujeres”  de manera tan precisa únicamente porque numerosas mujeres trabajaban a finales del siglo XVIII en la producción y porque la sociedad empezaba a reconocer como necesaria su fuerza de trabajo. (…)

Debido a sus posiciones iniciales diferentes, las mujeres llegaron también a soluciones diferentes sobre la contradicción entre el papel de la mujer en la producción y sus derechos en el estado y la sociedad. Pero pueden reagruparse bajo un denominador común: el derecho al trabajo. Este derecho al trabajo equivalía, en aquella época, a la victoria de la revolución. Se trataba entonces de liquidar definitivamente el feudalismo y sentar las bases de un nuevo sistema económico. Por eso, del mismo modo que para la conquista del derecho al trabajo para la mujer, había que asegurarse el poder político. Es por eso que las feministas burguesas cometieron un error enorme al intentar demostrar que la lucha de las mujeres por la igualdad de derechos y su conciencia creciente de su derecho a la dignidad humana les permitirían acceder a la vida profesional. La historia demuestra exactamente lo contrario[9] (…).



Hoy, siglo XXI, reiteramos la pregunta ¿es posible la igualdad de oportunidades entre varones y mujeres en el ámbito laboral en una sociedad desigual?

Una pregunta con respuesta, ya que consideramos que la población femenina forma parte de las clases sociales. Las trabajadoras por lo tanto forman parte de la clase explotada y afectada por las relaciones de poder entre hombres y mujeres, el patriarcado. En general este tema es presentado en forma disociada de las relaciones económicas y políticas y focalizadas en las relaciones de varones y mujeres.

Un debate que se ha reiterado durante el siglo XX, y nuevamente recurrimos a la revolucionaria, Alexandra Kollontai,  quien planteó con firmeza en sus conferencias a las jóvenes obreras rusas, sobre la historia de las mujeres:

Hoy, vamos a comprobar que la mujer, en el seno del sistema capitalista, no será nunca capaz de alcanzar una liberación total ni una completa igualdad de derechos, cualquiera que sea su participación –activa o no- en la producción. ¡Muy al contrario! Sigue habiendo  una contradicción insuperable entre su significado económico y su dependencia y su situación sin derechos en la familia, el estado y la sociedad.



Coincidiendo con esta afirmación, que la necesidad y deseo de promover un cambio para enfrentar los obstáculos que traban el desarrollo igualitario de la sociedad exige una reflexión acerca de la liberación de las mujeres  y la emancipación social y como parte de la clase trabajadora tenemos que abordar la relación clase – género.

 Por Ester Kandel

                                                                                    Septiembre de 2013





Bibliografía

Hobsbawm, Eric, La era de la Revolución – 1789 – 1848, Grupo Editorial Planeta, 6ª edición, 2007.

Kollontai, Alexandra, Mujer, historia y sociedad – sobre la liberación de la mujer, Editorial Fontamara, Barcelona, 2ª edición, 1982.

            Marx, Carlos, La llamada acumulación originaria, capítulo XXIV, El Capital, Tomo 1, Editorial Cartago, 1956.




[1] Marx, Carlos, La llamada acumulación originaria, capítulo XXIV, El Capital, Tomo 1, Editorial Cartago, 1956.

[2] Comisaria del Pueblo (Ministra) de Bienestar Social desde octubre de 1917 hasta marzo de 1918 en la naciente Revolución Rusa. Fue la única mujer del gabinete y la primera mujer en la historia en un cargo ejecutivo.

[3] En Francia, por ejemplo, una ley emitida en 1640, prohibió a las mujeres que fabricaran encajes de bolillos cuando se trataba en este caso de un oficio típicamente femenino.

[4] En la baja Edad Media se abrieron refugios para mujeres solas, llamados beguinajes. Eran financiados en general por los donativos de ricos bienhechores que procuraban así obtener el perdón por sus pecados y asegurarse un sitio en el más allá. Los beguinajes eran una especie de comunidades de mujeres trabajadoras, animadas por un espíritu religioso estricto. Las habitantes de esas casas llevaban una vida de abnegación y se comprometían a realizar  todo el trabajo que se le confiaba. Llevaban un traje especial y en sus cabezas un pañuelo blanco o beguín, a guisa de cofia que las distinguía de las demás mujeres de la ciudad. Es por esta razón que se llamaban beguinas. Debían llevar a cabo todas las tareas – visitar enfermos, coser, hilar, etc –que los burgueses exigían de ellas.. Los beguinajes prosperaron entre el siglo  XIII y principios del XVI, luego desaparecieron.

[5] Se emitieron leyes que sancionaban la prostitución, pero sin tener en cuenta las condiciones que incitaban a las mujeres a que ejercieran ese oficio.

[6] El tercer estado triunfó frente a la resistencia unida del rey y de los órdenes privilegiados, porque representaba no sólo los puntos de vista de una minoría educada y militante, sino los de otras fuerzas mucho más poderosas: los trabajadores pobres de las ciudades, especialmente de París, así como el campesinado revolucionario. Pero lo que transformó una limitada agitación reformista en verdadera revolución fue el hecho que la convocatoria de los Estados Generales coincidiera con una profunda crisis económica y social.

[7] Scott, Joan Wallach, Las mujeres y los derechos del hombre – feminismo y sufragio en Francia, 1789-1944, Editorial Siglo XXI, 2012.

[8] El motivo de su arresto fue haber tapizado los muros de París con un cartel que anunciaba su folleto Les trois Urnes, ou La salud de la patria, donde abogaba por el federalismo, posición asociada a los girondinos y sus teorías de la representación.

[9] Olympe de Gouges escribió lo siguiente en su célebre manifiesto: “El fin de toda asamblea legislativa ha de ser proteger los derechos inalienables de ambos sexos: libertad, progreso, seguridad y protección ante la opresión. Todos los ciudadanos y todas las ciudadanas han de poder participar directamente y por mediación de sus propios representantes en la legislación. Todas las ciudadanas han de tener un acceso igual al conjunto de las profesiones de la función pública así como a los honores que las acompañan”.

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