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viernes, 3 de mayo de 2013

En memoria de Raquel

Pongámonos a trabajar para que nunca más algo así suceda.

Desde edades tempranas vamos aprendiendo y ampliando la lengua con la que nos ha tocado sentir.  Durante años conocemos y utilizamos palabras con las que nos expresamos y comunicamos con quienes, en algún momento, ocupan el mismo espacio vital que nosotros. Pero, a pesar de su continua utilización e incluso desgaste, solo en determinadas ocasiones, a lo largo de la vida, descubrimos qué significan....

El pasado fin de semana, a los cincuenta años, yo he atrapado al fin, y desearía no haberlo hecho nunca, el significado profundo de unas cuantas de ellas. La lista incluye los términos derrota, impotencia, absurdo, injusticia, rabia, imposibilidad, desolación, así como otros muchos que creía conocer bien hasta hace tan solo unos días.

Porque fue entonces cuando su tía me telefoneó para comunicármelo con tres palabras: se ha terminado. Tres palabras, suficientes para que quienes hemos sido testigos de un infierno que duró toda la breve vida de Raquel, quince años (otras dos palabras), supiéramos qué era lo que había acabado.

Durante la última década, he sido testigo de cómo una madre era forzada a llevar al punto de encuentro cada semana a sus hijos, a los que aterraba, con motivos sobrados, el estar con su padre. De no hacerlo, se arriesgaba a ser acusada de predisponer a los menores en contra de su progenitor. Ha ocurrido en otros casos en los que se ha retirado a las madres la custodia y se ha forzado a niños, visiblemente traumatizados por ello, a convivir con un padre al que temían.

Conozco a Rosa desde 2004, cuando trabajábamos para sacar adelante la campaña No más violencia contra las mujeres en Amnistía Internacional. Estaba dispuesta a colaborar en todo lo que pudiera para ayudar a las mujeres víctimas de violencia de género y difundir unas gravísimas violaciones de derechos, que se producen amparadas por un entorno social que tiene mucho que aprender pero se resiste a ello.

Poco después, me contó que una de las mujeres a las que me disponía a entrevistar para la elaboración del informe  España: más allá del papel era su hermana. Así oí, por primera vez, el nombre de Raquel, su sobrina de siete años. Y así, conocí la pesadilla de su familia, mientras se desarrollaba nuestra amistad. Con absoluto pavor vi cómo sucesivas juezas y jueces hacían caso omiso de los informes detallados de diferentes psicólogos, tanto del sector público como privado, en los que se desaconsejaban las visitas de unos niños a su padre maltratador. En los juzgados se apelaba al ´´derecho``(otra palabra de, al parecer, significado incierto) de los menores a ver a su padre.

Nadie se preguntó si dicho ´´derecho`` consistía en sufrir secuelas irreversibles de una influencia a todas luces perjudicial para ellos.

Nadie se planteó si el ´´derecho`` no consistía, en realidad, en disfrutar de una vida lo más satisfactoria posible tanto en lo emocional como en la cobertura de sus necesidades materiales.

Nadie se paró a considerar que si su padre contribuía a lo anterior, su derecho era, naturalmente, a disfrutar de su compañía, pero que, en caso contrario su derecho consistía en mantenerse alejados de él.

Presencié durante años el maltrato de un sistema judicial que hace equivaler y confunde las reacciones y sentimientos de unas madres destrozadas con una supuesta locura y obsesión por alejar a los hijos de sus exparejas. Como expresó la madre de Raquel en el mencionado informe de Amnistía Internacional: ´´estás indefensa, porque a la hora de declarar, él es un tío con mucha sangre fría que sabe lo que tiene que decir, sabe las cosas que tiene que hacer y tú estás tan bloqueada que dices cosas sin sentido. No tienes ninguna credibilidad, lo único que tiene credibilidad es el ataque de nervios que tienes cada vez que estás al lado de él``.

Y cuando pareció, al fin, acabar la pesadilla protagonizada por un ´´padre`` que destrozó la vida de sus hijos, la sociedad enferma que había permitido su acoso legal, tomó su relevo. En la vida y en la Web surgieron otros maltratadores. Y fue demasiado. Raquel no pudo aguantar más. Nunca conoció el respeto a sus ´´derechos`` y no tenía motivos para esperar algo distinto de la vida de lo que hasta entonces había tenido. El sábado, en un breve momento en el que su madre la dejó sola, saltó desde el noveno piso.

Cualquiera puede decir, como está de moda, que lo que escribo es demagogia, pero hay otra ´´palabra`` que me ahoga desde hace días: sufrimiento. He visto un dolor indecible que no puede resistirse más y ante el cual, aquellas instituciones que hemos construido para que nos defiendan, miran hacia otro lado, dejándose conducir en sus decisiones por ideas preconcebidas.

Nuestra civilizada ´´sociedad`` seguirá difundiendo ahora en conversaciones, medios de comunicación, tribunales, etc, ´´civilizados`` debates en los que pervierta palabras como derechos o bien del menor. Y hasta que las palabras no signifiquen lo que realmente quieren decir, no tendremos solución, estaremos abocados a vivir en un mundo de falsedades donde campan enseñoreados los prejuicios arraigados desde hace milenios. Y lo peor de todo, seguiremos sin darnos cuenta de que vivimos en una mentira que tiene como víctimas a los más vulnerables e indefensos.

Esta semana vi enterrar a Raquel. Como decía su tía Rosa, se ha terminado.  Efectivamente, quince años de injusticias y maltrato social e institucional tuvieron su final en una muerte que no debería haber ocurrido. La injusticia sigue aquí y tendríamos que aprender de este sufrimiento tan inútil para evitar que otras niñas y niños la padezcan. El pensamiento de que la sociedad no existe, sino tan solo los intereses de los individuos, ampara la injusticia. Para combatir ésta, se precisa una comunidad vigilante que imponga el respeto a los derechos reales de las personas y a su dignidad como tales.

La mentalidad que solo mira por sí misma y se inhibe ante las injusticias que ocurran a los otros terminará por llevarnos a la vida ´´solitaria, pobre, brutal y corta`` del estado de naturaleza hobbesiano. Parece que el ser humano, al ignorar el dolor de los demás, ha olvidado que la cooperación, la ayuda y la mutua defensa son quienes han hecho posible su supervivencia y auténtico bienestar. Si no sentimos ya que esta muerte nos incumbe a todos, el futuro se augura muy sombrío. Y sentir quiere decir actuar en consecuencia, no tolerar las injusticias e implicarnos cuando sepamos que, en nuestra sociedad, hay niñas y niños que sufren, aunque no sean de ´´los nuestros``.

Jean Díaz-Guijarro Hayes

Comisión para la Investigación de Malos Tratos a Mujeres


http://www.vivalebio.com/es/opinion/651-en-memoria-de-raquel.html

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