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jueves, 5 de abril de 2012

LA CANTIDAD ES CALIDAD (O DE CUÁNDO SE ALCANZA LA MASA CRÍTICA DE MUJERES)


 ¿Qué se entiende por masa crítica? Se define, como ya hemos indicado, no sólo por un incremento en la cantidad relativa de mujeres. Implica, y esto es más importante, "un cambio cualitativo en las relaciones de poder que permite por primera vez a la minoría utilizar los recursos de la organización o de la institución para mejorar su propia situación y la del grupo al que pertenece" (Valcárcel, 1997: 176). Más aún:  con la incorporación de las mujeres a las instituciones y organizaciones tradicionalmente masculinas, se ha acabado poniendo en cuestión la masculinidad de dichas entidades. A esta situación ha tratado de dar respuesta el planteamiento de la paridad, más allá del que se desprende de la consideración de las mujeres como un grupo minoritario en un marco dominante. Si se sigue esta última lógica, tal y como se ha hecho con los esclavos, los negros, los inmigrantes etc. en tanto que miembros de un grupo discriminado, criterio en el que se basa la mayoría de las legislaciones que promueven la igualdad, se aplica un planteamiento antidiscriminatorio de igualdad formal cuya instrumentación se aplica por medio de las acciones positivas. Con este modelo, la carga de la prueba recae en el grupo que se siente discriminado. En el mejor de los casos, se mejora  la igualdad de oportunidades de las mujeres y se consiguen iniciativas puntuales, de difícil  continuidad, y la lógica profunda del sistema  la desigualdad sustantiva de hombres y mujeres- permanece incuestionada.
 No se trata meramente de incorporarse gradualmente a un mundo masculino y masculinizado. Desde la perspectiva de la paridad se sostiene que los hombres y las mujeres no son grupos humanos separados sino la base constitutiva de la especie humana, “son la sociedad humana, y la sexualidad humana trasciende todas las clases, categorías y grupos humanos” (Vogel-Polsky, 2001: 103). La relación de interdependencia establecida estructuralmente ha de dar lugar a una posición de equivalencia entre los sexos, estableciendo la paridad entre mujeres y hombres “como una prioridad política, que emana de los principios fundamentales y constitutivos de la ciudadanía, del mismo modo que el sufragio universal o la separación de poderes” (Vogel-Polsky, 2001: 100). Si bien el  locus de la representación política es el analogado por excelencia, el objetivo de este cambio de paradigma es la consecución de la igualdad para ambos sexos en todas las esferas de la vida social.
 ¿Qué diferencias acarrea el constituirse en una masa crítica? Pasar a ser una minoría menos minoritaria -para situarse en torno al 30-35%- va a permitir comenzar a influir en la cultura del grupo y lograr el establecimiento de alianzas entre los partícipes del grupo menos numeroso. De esta forma, sus miembros podrán empezar a cambiar la estructura de poder y, por añadidura, el propio estatus como minoría para, a partir de ahí, poder reproducirse y crecer (Dahlerup, 1993: 176-77). Todo ello estará relacionado, no obstante, con el apoyo externo con que cuente esa minoría, formado en este caso por el movimiento de mujeres en general y todas aquellas redes y recursos que existen a su alrededor o por su inspiración.
 Dahlerup, en su trabajo en el terreno de  la participación política, ha analizado los resultados de constituirse en amplia minoría en los países escandinavos con posterioridad a que el fuerte movimiento de mujeres, en alianza con una importante política de Estado, impulsara un tipo de iniciativas encaminadas a ampliar la participación laboral y política de las mujeres en aquellos países. Divide sus conclusiones en dos apartados. En primer lugar, señala algunas ventajas de convertirse en una gran minoría, que podrían resumirse de la siguiente forma:                    
--disminución de los estereotipos femeninos, sin abolirlos en su totalidad;
--creación de nuevos roles y modelos para las mujeres, jóvenes o no;
--fin de la resistencia abierta contra las mujeres que se dedican a la política;
--cambio en las actitudes negativas de los electores ante la posibilidad de verse representados por mujeres;
--apertura de espacios para las mujeres en la política.
 En todos los casos las mujeres en la política sienten que con su incorporación semimasiva se ha creado un mejor ambiente  en el seno de las instituciones políticas. Por contra, siempre que las mujeres políticas tienen hijos y familia que atender lo viven como un problema, a diferencia de los varones, que ya comentamos que lo percibían como un apoyo.
 La sola presencia de una mujer en un foro hasta ese momento exclusivamente masculino es percibida por los varones como amenazadora y subversiva, generando con toda seguridad algún tipo de resistencia. Pero para que pueda producirse un cambio duradero debe estar al menos presente una minoría significativa de mujeres (Lovenduski, 2001: 130).  A este fenómeno se refiere la segunda parte del análisis de Dahlerup cuando comenta que la minoría como masa crítica se diferencia de la situación de "tokenismo" por ese salto cualitativo que se mencionaba en la definición de masa crítica y que implicaba la capacidad para "movilizar los recursos de las organizaciones o instituciones para acelerar su incremento numérico y mejorar su posición en general" (Dahlerup, 1993: 205-206).
 Otros cambios se producen con el aumento de la presencia de las mujeres en la política. Se habla de cambios institucionales y de procedimiento, por los que se consigue cambiar la naturaleza de las instituciones y que las mujeres tengan cabida en ellas. Al mismo tiempo se acaba haciendo repercutir en la legislación los asuntos de las mujeres, haciéndola sensible al impacto de género, al igual que se dan los pasos necesarios para favorecer el acceso  continuado de las mujeres a la política y que deje de ser una actividad fragmentaria. Se ha alterado, asimismo,  el discurso de la política, tanto en lo relativo a los  mores y el estilo masculinos propios de unas instituciones con una ausencia pertinaz de mujeres como en cuanto a las agendas políticas, que incluyen temas que hace poco tiempo se hubieran considerado propios del mundo de “lo privado”. Un ejemplo de esto último lo tenemos en España tras el triunfo de los socialistas en 2004 y la aprobación como primera ley de la nueva legislatura la concerniente a la violencia de género.  Asimismo se va logrando que todo partido que se precie tenga un amplio número de mujeres en sus listas electorales, del mismo modo que la presencia de mujeres en altos cargos va siendo considerada un signo de distinción, cuando no de modernidad (Lovenduski,  2001).
 Dahlerup afirmaba en 1993 que, en la política escandinava, las mujeres sólo formaban coaliciones en los temas que se refieren a la ampliación de su representación política, una meta común a las mujeres de todos los partidos, siendo esto un indicador de su presencia como masa crítica. En el resto de las cuestiones tendían a seguir las disciplinas de sus respectivos partidos.
Años después la dinámica parecía ser la misma: incluso en un tema, la penalización de la compra de servicios sexuales (una política prohibicionista de hecho en torno a la prostitución), al que Suecia dio tanta importancia en cuanto a la singularidad de su política y que tuvo una importante repercusión mediática internacional alrededor del año 2000, las mujeres, contra lo que hubiera podido pensarse dada la cuestión de que se trataba, siguieron una disciplina partidista (Kulick, 2004). Significación diferente tendría la presión ejercida dentro de sus propios grupos políticos para impulsar cierto tipo de iniciativas -como  por ejemplo, en España, la ampliación de los supuestos del derecho al aborto, pretendida por las mujeres del PSOE pero no apoyada por dicho partido cuando aún gobernaba en 1996, es de suponer que, entre otros factores, porque no habían logrado formar una masa crítica.
 Ello nos estaría indicando que, mutatis mutandis, en situación numérica más favorable, para lograr cambios cualitativos resulta imprescindible el apoyo y la mutua conexión entre las mujeres que participan activamente en las políticas partidistas y aquéllas que, desde fuera de  estas organizaciones, militan en todo tipo de movimientos y laboran por conseguir las vindicaciones de las mujeres. Es lo que, sin necesidad de organización explícita alguna, han hecho siempre los hombres a través de la ya mencionada fratría o grupo juramentado. La relación es biunívoca en cualquier caso: las reivindicaciones del  movimiento de mujeres, unidas a la presión de las mujeres en los partidos políticos, son las que han hecho posible el inicio de las políticas de la paridad en España. Pero añadamos una última cuestión. Las ocho ministras del gobierno Zapatero de 2004 no sólo tienen la obligación de ser buenas ministras y gestoras: “puesto que encarnan el principio de la paridad tienen, también, la obligación de trabajar para hacer avanzar la condición de las mujeres en su conjunto” (GallegoDíaz, 2004). Conciencia de masa crítica que conduce, inevitablemente, a un nuevo surmenage para las mujeres en tanto que sujetos de su propio cambio pero lejos aún de la normalización de su presencia en todas las esferas de la vida en sociedad.
AUTORA: RAQUEL OSBORNE

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