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viernes, 30 de diciembre de 2011

Las mujeres, excluidas del universalismo ético de la especie humana


La participación política, en términos amplios, y su concreción práctica en el derecho a sufragio, la igualdad al interior del contrato sexual y la libertad patrimonial son conquistas recientes en la vida de las mujeres, todas ellas alcanzadas en el siglo XX y en culturas occidentales.

Uno de los ejes principales del discurso ilustrado es la ciudadanía que, entre muchos atributos, significa un reconocimiento por parte del Estado de un conjunto de derechos civiles y políticos, la presencia efectiva en el espacio público y la participación plena en el derecho a voto y gozar de los beneficios de una educación. 
Aún a comienzos del siglo XXI, la participación de las mujeres en el poder político sigue siendo escasa. Las parlamentarias no constituyen la mitad del total en ninguno de los parlamentos. La representación de la mujer sigue siendo insuficiente en los parlamentos nacionales de la mayoría de las regiones. Sólo en los países nórdicos las mujeres ocupan el 40% de los escaños; en 14 países ocupan el 30% o más de los escaños; y en África septentrional, Asía meridional y occidental y Oceanía menos del 10%.
La participación de las mujeres es escasa en los poderes judiciales y órganos de administración de justicia y sólo alcanzan presencia pocas mujeres, lo que confirma su excepcionalidad en dichos cargos. 
En los organismos multilaterales internacionales y regionales las cifras no son más alentadoras.
Hasta la fecha ninguna mujer ha sido Secretaria General de las Naciones Unidas y en la mayoría de los comités internacionales destinados a supervisar el cumplimiento de los tratados internacionales, la presencia masculina es muy superior a la femenina

Hubo dos discursos contrapuestos, pero similares, en cuanto a los resultados, caracterizados por la exclusión del universalismo ético de la especie humana: el discurso de la excelencia y el discurso de la inferioridad.
En el discurso de la inferioridad, las mujeres somos seres con nuestras capacidades físicas, intelectuales y morales disminuidas, necesitando en consecuencia estar tuteladas por los varones, en un espacio físico determinado. Este discurso  fue determinante hasta el siglo XX.
En el discurso de la excelencia, las mujeres tenemos cualidades extraordinarias, específicamente femeninas, fundamentales para el orden y el progreso social. La paradoja del discurso es que aquellos que proclaman que las mujeres somos mejores, no nos tratan como si fuéramos tan buenas como los hombres



Autoras
PAULA SALVO DEL CANTO
MARIELA INFANTE ERAZ

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